Carlos Angulo Rivas
La Universidad Católica de Lima, luego del ignominioso escándalo titulado por la prensa “Petrogate” donde varios millones de dólares estuvieron en juego, le asigna apenas 23 % de aprobación a Alan García Pérez en la capital. La renuncia del gabinete ministerial en pleno evidenció la participación en el negociado del primer ministro Jorge Del Castillo, del ministro de Energía y Minas Luis Valdivia y del propio Alan García. Las fotografías recibiendo en sus respectivos despachos al empresario dominicano mafioso Fortunato Canaán así lo demuestran. Los operadores del negociado León Alegría, amigo íntimo del presidente actualmente prófugo de la justicia y su abogado tributario detenido, Alberto Químper, quien hacía las declaraciones juradas de Alan García, cayeron con las manos puestas en la frustrada bolsa millonaria al querer repartirse “honorarios” previos a la exploración y futura explotación petrolera de la noruega Discover, la repartija mayor si todo salía como estaba planificado. Además de los ministros, el escándalo arrastró a los presidentes de las empresas PetroPerú y Perúpetro. Esta vez el aguerrido presidente García Pérez se vio impedido de defender a sus congéneres y para no hundirse él, asumió el fácil expediente de sacarse de encima a sus más fieles asociados y amigos. El negocio más grande de permanecer en el gobierno estaba en peligro.
El movimiento popular escarnecido no sólo por el escándalo de la epidémica corrupción del gobierno aprista sino también por la gran estafa nacional del “cambio responsable” pedía la cabeza de Alan García, ya sea vía referendo o vía destitución por incapacidad moral. El neoliberalismo extremista de empobrecimiento masivo, aplicado por el gobierno contra los trabajadores, los campesinos, los jóvenes y las familias peruanas venía batiendo el record de la beligerancia represiva del fascismo sin importarle el calificativo de presidente de los ricos atribuido con fundamento a García Pérez. Todos coinciden en que Lima le dio el malhadado triunfo electoral a un sujeto conocido por sus malas artes administrativas, la corrupción característica de su espíritu, la incompetencia y la inclinación al crimen con varios genocidios en su haber. La Universidad Católica hace su encuesta en Lima y García Pérez se cae de narices con 23% de aprobación; ya podemos imaginar la aprobación a nivel nacional luego de la caída del gabinete Del Castillo, cuando antes de aquello apenas el presidente bordeaba el 8% en las regiones del sur, centro y oriente. La gravedad de la crisis gubernamental en un mar de corrupción e inmoralidad, todavía por descubrir, obligó a Alan García Pérez a buscar imagen, a paliar el peligro de la destitución y salir airoso con renovadas mentiras de enmienda.
La emblemática figura de Yehude Simon le servía a sus propósitos y qué mejor que utilizarla por un corto tiempo. El presidente de la región Lambayeque no significa ningún peligro para el neoliberalismo extremista del gobierno aprista. Simon dejó de ser un hombre de izquierda hace un buen tiempo y ni siquiera desde cuando salió de la cárcel sino cuando estaba acusado injustamente de terrorismo; allí mismo en prisión claudicó en principios y arrepentido de todo radicalismo se pasó a la alabanza a la dictadura de Alberto Fujimori. Unos dicen que existe el derecho a cambiar de pensamiento; pues sí, desde estas líneas estoy completamente de acuerdo. Un giro a la izquierda se menciona como una evolución del pensamiento en contra del orden establecido y el conservadurismo; un giro a la derecha se llama involución, regresión o pase a posiciones retrogradas. Este último vendría a ser el caso de Simon ejerciendo su pleno derecho. Sin embargo, todavía existe un asunto importante a dilucidar o aclarar. En política ideológica, en credos religiosos, en teorías y opiniones hay transformaciones por convicción, pero también las hay por intereses utilitarios y ventajas.
Personalmente no sé si Yehude Simon perteneció al MRTA. De ser así un insurgente o guerrillero por la causa de la revolución social no se convierte en terrorista. El uso y abuso de la palabra terrorista es manipulador de conciencias más aún cuando la insurgencia política está reconocida como un derecho de los pueblos oprimidos. Recordaré que siendo quien escribe director de El Diario Marka entrevisté a Simon dos veces como flamante diputado de Izquierda Unida en 1985. De primera impresión me pareció un hombre de convicciones firmes, de voluntad revolucionaria, de mirar el horizonte del país en función de la justicia social. Me lo presentaron dos dirigentes del MIR El Militante, uno de ellos, Victor Polay Campos. Después seguí la trayectoria de Simon y como líder de la izquierda, fue tal vez uno de los que prometía mejor futuro a lo irremediablemente inevitable: la transformación social del país.
América Latina en la perspectiva bolivariana camina hacia la derrota total de los sistemas de gobierno tradicionales y sus partidos putrefactos; camina en sentido contrario a la impudicia obscena de líderes sometidos a los designios del imperialismo como por ejemplo Alan García y Álvaro Uribe. La última elección peruana ganada con fraude en primera y segunda vuelta (en mesas y mediático) por Alan García con el apoyo de la embajada norteamericana en Lima, vislumbró con toda claridad la opción del cambio y la derrota del sistema imperante. El sistema tambaleó, tuvo miedo y se la jugó el todo por el todo por un hombre sin escrúpulos. Millones de ciudadanos votaron masivamente contra el sistema de la putrefacción y el entreguismo, sin embargo por mínima diferencia fabricada la derecha rescató las castañas del fuego. Los dos años del segundo gobierno de Alan García pretende consolidar la alternativa neoliberal extremista, antidemocrática y represiva en contraposición a la democracia participativa de los gobiernos hermanos de Bolivia, Ecuador, Venezuela.
El ex-izquierdista Yehude Simon o el converso hacia el neoliberalismo, tratará de salvar el barco casi hundido de Alan García, aquel de donde las ratas saltaron despavoridas dejando el mando al dueño del negocio. Yehude Simon ya había expresado su nuevo pensamiento. Su involución ideológica fundando el partido Humanista fue bastante clara y a nadie causó sorpresa, estaba en su derecho. Se situó al centro de las huestes políticas nacionales y desde allí pensó edificar la continuidad de la alternativa neoliberal, matices más matices menos. En consecuencia, lo censurable e incalificable en el comportamiento actual de Yehude Simon no es, ni puede ser, correr a favor de la opción de catequizado por el neoliberalismo sino la estrecha alianza con Alan García Pérez. Simon después de más de veinte años de vida política activa, no puede ignorar quién es Alan García y qué representa. Por consiguiente, al estrechar lazos con el presidente y el gobierno, convirtiéndose en su primer ministro, asume el activo y pasivo de la amoralidad, la corrupción presente y pasada, de los genocidios en los penales y las comunidades campesinas y la represión actual contra el movimiento popular. Ahí reside el pecado principal de esta alianza impúdica ajena a los principios, inclusive, del neoliberalismo profesante de los catequizados. Aquí los intereses son otros.
Desgraciadamente el Perú oficial carece de reservas morales. La historia es una historia de felonías. Yehude Simon se ha prestado a una más, ha salvado del knock-out técnico a Alan García mediante la campana en el ring, ha salvado al naufrago alcanzándole el madero en nombre de una democracia inexistente y de un gobernabilidad imposible en un ambiente de pestilencia y putrefacción. ¿Qué tal mérito? salvar el sistema que a él mismo se lo engulle sin perspectiva futura como no sea la de seguir esquilmando al país de manera inmisericorde. Estemos claros, Yehude Simon pretende parchar el barco agujereado a mitad de su hundimiento y todavía pide tregua de noventa días para reflotarlo haciéndole el peor de los daños al Perú. Ya lo vieron. El gabinete de cambio que algunos esperaban resultó compuesto por diez de los 16 ministros que renunciaron el jueves último junto a Jorge Del Castillo, asegurándose el rumbo iniciado por García Pérez en lo económico, político y social. Luego de la más grande crisis provocada por esta administración aprista, nada o casi nada ha cambiado, menos aún cuando de las seis caras nuevas cuatro son alanistas de corazón y quedan ministros probadamente corruptos e íntimos del presidente como José Chang, Enrique Cornejo, Flores-Araoz y Verónica Zavala.
No se puede bajar la guardia, nada de treguas ni engaños. Las palabras huecas de Alan García y su nuevo arlequín no pueden crear ilusiones, menos cuando los encargos del presidente son grotescos en sus labios e imposibles de cumplir. ¿Defender al Perú de la crisis financiera internacional, luchar contra la corrupción y trabajar por la erradicación de la miseria y por la reducción de la pobreza? Por favor, los peruanos están pulverizados de tantas mentiras. Felones históricos hemos tenido cómo no. Unos más grandes y otros más chicos. Haya del Torre traicionó sus discursos y se alió a la oligarquía con Manuel Prado y Manuel Odría; el comunista Eudocio Ravinez se pasó a la derecha con verbo, pluma y zapatos billete en mano; Morales Bermúdez desmontó las reformas nacionalistas y le dio golpe de Estado a su jefe Juan Velasco Alvarado; Mario Vargas Llosa traicionó al boom latinoamericano de escritores para convertirse en vocero oficial de los intereses norteamericanos y europeos en América Latina; Alfonso Barrantes se fue de furgón de cola de Alan García en su primer gobierno y destruyó a Izquierda Unida favoreciendo la insurgencia de Alberto Fujimori. Si todo esto no le enseñó nada a Yehude Simon, mala suerte para él.
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