Así me gusta. Que la gente se vaya calateando y diga lo que piense, no como Luis Alva Castro, que nunca dice nada porque fue lobotomizado severamente por los discursos sin rumbo de Haya de la Torre.
Me encanta que Javier Valle Riestra haya abierto por fin su corazón de óxido y pamplinas y se haya ido a visitar a quien siempre fue su criminal favorito, su artero de altar y de hornacina, su canalla de entrecasa: Alberto Fujimori Fujimori.
Valle Riestra había vivido estos últimos años en el infierno de la ambigüedad. Hoy ha recuperado su vampiresca juventud de Peter Cushing haciendo de La Momia. Y todo porque acaba de vomitar su ensayo delivery y su jurispericia a la medida más trascendentales: “No hay ningún elemento que implique su procesamiento y menos su condena”, ha dicho Valle Riestra en relación a su nuevo cliente, o sea don Alberto Fujimori, el hombre al que sirvió en Palacio, entre junio y agosto de 1998, como primer ministro.
Es decir, que para tan distinguido hombre del derecho los muertos no cuentan, las tumbas se pasan de largo, Los Cabitos era un parque con ciervos, Martin Rivas obedecía a su madre, Kerosene sólo quemaba etapas y Montesinos le vendía rifas a los Crousillat. Ah, y me olvidaba: y los generales de chaveta y tajo que perdieron la guerra del Cenepa y ganaron las coimas de los Mig eran poco menos que Grau y Bolognesi.
“Un hombre como Fujimori, que está en la cárcel y ha sido presidente de la República, merece el respeto de todos”, ha insistido el doctor Valle Riestra.
Alguien debió preguntarle:
–“¿De todos los cabrones, jurisconsulto”?
Pero nadie se lo preguntó. Con lo que este abogado de amplitud modulada se fue tranquilo a estudiar el expediente de la defensa de Fujimori. Sí, acertó amable lector: Valle Riestra será asesor formal del chusco Nakasaki en el asunto de salvar al compinche de Montesinos y director ágrafo del diario “La Razón”.
Con cerebro tan entrenado para defender lo indefendible –para empezar, él mismo–, Valle Riestra puede ser un aporte decisivo en la tarea de demostrar ante los jueces y el respetable público lo siguiente:
a) Fujimori era un dictador que diseñó hasta la más pequeña pieza de la guerra en contra de la subversión… pero no sabía nada del grupo “Colina”, a cuyos miembros, sin embargo, alabó, ascendió y, cuando vino el caso, amnistió dos veces.
b) Fujimori era un tipo que controlaba todo –así se presentaba bajando de los helicópteros, visitando “El Comercio”, hablando en la TV de Lúcar–…pero no sabía nada de lo que robaban sus jefes militares, entre ellos “General Victorioso”, a quien mantuvo en la jefatura del Comando Conjunto de modo ilegal durante siete años.
c) Fujimori despachaba tres veces por semana con Vladimiro Montesinos, quien fue su confidente, borrador de deudas tributarias, sicario judicial en el caso de Susana Higuchi, proveedor de dinero negro para sus hijitos que estudiaban en Boston… pero no sabía nada de lo entusiastamente ratero que era Montesinos, a quien mantuvo diez años a su lado.
d) Fujimori urdió su reelección ilegal, la ganó con votos regurgitados por la Onpe de Porky Pig, anunció que se haría de una mayoría parlamentaria “de todas maneras” (ver entrevista en “El Comercio” a los pocos días de su re-reelección)…pero jamás supo que su operador Montesinos compró a los Kouri y etcéteras al peso en el mercado de la carne fácil, ¡justamente para obtener la mayoría parlamentaria que Fujimori había prometido!
e) Fujimori lo sabía todo, pero no sabía nada; lo decidía todo, pero no decidía nada; lo estipulaba todo, pero todo lo desconocía. Es decir, era y no era, no era y era, mandaba y no mandaba, era el comandante supremo y no era el comandante supremo, planeó minuciosamente el rescate de los rehenes (“proceda”, dijo por teléfono cuando Montesinos le avisó que “los cerditos estaban listos”) pero se enteró de los asesinatos en el SIE “sólo por la prensa” y del remate de los rendidos en la embajada “sólo por la radio”.
Bueno, como eso de ser y no ser en versión fujimorista es más o menos un Hamlet interpretado por Melcochita, como eso excede las sinapsis de Nakasaki, entonces viene el Perry Mason de la gran cutra a salvar la situación y a impedir que Raffo se siga orinando del mismo miedo que pone histérico a su jefe cuando no puede parar de reírse.
–¿Qué es la teoría del dominio del hecho sino una ficción imaginada por quienes no conciben que alguien pueda salir absuelto de un proceso de esta complejidad? –se preguntará Valle Riestra en plan de emergencista.
Y hablará como Demóstenes, que empezó como orador judicial precisamente, se agitará como Castelar, a quien admira tanto, perorará como Cicerón, será epicúreo, cínico, platónico, se invitará una falsa cicuta, se morirá por diez segundos, recordará a Chocano, se investirá de José Antonio Primo de Rivera, será Haya y Barreto al mismo tiempo, se remontará a lo ático y citará a cien tratadistas hispánicos –de esos que blindaron a Franco– para demostrar que Fujimori es inocente y si no es inocente, señores magistrados, que no ha habido pruebas que nos aparten de la duda, que nadie puede ser condenado desde la presunción o el horror moral, honorables jueces, que la cadena del mando militar marchaba paralela a la del poder civil que ejercía el señor Fujimori, siendo posible, por tanto, que mi defendido no estuviese al tanto de lo que decidían quienes libraban la guerra en los campos de batalla, señor presidente de la sala. (Grandes aplausos de Crousillat en la cárcel. Lágrimas de Raffo. El fantasma de Goering bate palmas: “con este abogado, Nuremberg habría sido otra cosa”, sisea. El telón baja lentamente).
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