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Desnivel de una ministra |
La ministra de Comercio, Mercedes Aráoz, es una auténtica innovadora. Ha descubierto lo que todos los economistas serios del mundo ignoraban: que la exportación de sólo materias primas tiene sus “ventajas comparativas”. La economista, que pasó, por razones desconocidas y privadas, de miembro de tercer nivel de la delegación que “negoció” el TLC con Estados Unidos, a ministra de Estado, tiene sus razones. En el debate con la congresista Marisol Espinoza en el programa de César Hildebrandt (Canal 11) exhibió que ha sido consultora de empresas de Chile. Sin duda que a ninguna de éstas aconsejó resignarse a la exportación de materias en bruto. La ministra no se ha enterado, quizás, de que hasta los organismos financieros internacionales consideran que ese tipo de comercio condena al atraso. Gran parte de las desgracias del Perú proviene de la sujeción a ese modelo. Quien recorra las páginas de Mercurio Peruano de la última década del siglo XVIII encontrará que ya entonces nuestro país gozaba de las “ventajas comparativas” que entusiasman a la ministra. Vendíamos materias primas, minerales y metales, sobre todo oro y plata. Nuestra situación no es culpa del Tratado, sostiene la ministra. Es cierto. Pero no menos cierto es que, a estas alturas de la historia, la resignación a ese estado, y su consagración en favor de Chile es suicida. Nuestro diario publicó ayer un texto demoledor del economista Alan Fairlie contra el Tratado y sus defensores, abiertamente prochilenos. Precisa con razones, no con insultos, como Alan García, ni con sonrisas cínicas, como Aráoz, que el Tratado debilita, precisamente, la posibilidad del Estado de diseñar estrategias de desarrollo. Es decir, para ir escapando del modelo colonial primario exportador. Hace casi veinte años, adquirí, una medianoche en Washington, a donde había sido invitado para una reunión de periodistas antidrogas, el libro de Robert B. Reich, The Work of nations (= El trabajo de las naciones). Pues bien, allí, en el capítulo I, se lee: “Después de la Guerra Civil, cuando las protestas de los demócratas del sur fueron apagadas por las celebraciones de victoria de los republicanos del norte, las tasas arancelarias aumentaron nuevamente. (‘No sé demasiado acerca de los aranceles’, dijo Abraham Lincoln, con su característica manera campechana, ‘pero lo que sé muy bien es que, cuando compramos bienes manufacturados a los extranjeros, nosotros nos quedamos con los productos y ellos con el dinero. Cuando compramos productos nacionales nos quedamos con ambas cosas’”. Hasta 1913 el promedio de aranceles estadounidenses sobre las importaciones fue a menudo cercano al 50 por ciento, o incluso más. |
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