PRIMERA PARTE
TEORIA
LA FUERZA ARMADA: PROBLEMA NACIONAL
En 1976 en grupo de oficiales jóvenes intentamos solucionar un problema importante: el de las Fuerzas Armadas de la Nación Peruana, a fin de que estuvieran exclusivamente al servicio de su pueblo. Desgraciadamente no lo pudimos conseguir y el problema creció de manera tan increíble como lamentable.
Si concordamos en que PROBLEMA es la diferencia que existe, entre lo que debiera ser y lo que es una cosa, situación, etc., en nuestro caso específico debemos precisar LO QUE DEBE SER y LO QUE ES LA FUERZA ARMADA, para luego intentar que ambas cosas sean iguales, esto es, que desaparezca el problema, cuestión que se abordará en dos partes: la diferencia, que se tratará de inmediato, y la propuesta de solución, que se explicitará al final del libro.
Lo que debe ser la Fuerza Armada
El Ejército, la Marina y la Fuerza Aérea deben ser organizaciones con capacidad de competir victoriosamente contra cualquier agresión externa, para así cumplir con su objetivo principal y su principal razón de ser.
Lo que es la Fuerza Militar
Describiendo a la Fuerza Militar por sus características y hechos más importantes tenemos:
a. Es una organización que se ha desarrollado desordenadamente, por la falta de una política militar, que jamás se dio.
b. Es, junto con la Iglesia, las únicas instituciones fuertes del país.
c. Sus costos han alcanzado niveles muy elevados, que nunca son conocidos ni juzgados por la opinión pública.
d. Han servido y sirven para:
Dirimir discordias entre minorías gubernamentales.
Sostener sistemas y gobiernos.
Instalarse en el gobierno.
Reprimir al pueblo con todo su potencial bélico.
Como medio de movilización social para grupos que, de otro modo, ocuparían un status social inferior (canal de la movilización ascendente, violentando la rigidez de la estratificación social). Con demasiados intereses extralimitares en su seno.
Ha realizado construcción de puentes, carreteras, etc., como acción cívica, dentro de planes contrainsurgentes.
Respecto al cumplimiento de su misión principal es muy poco lo que se puede decir, pudiéndose afirmar que aún cuando ha sido más fuerte en armas y equipamiento, no ha podido asegurar la integridad territorial.
Aquí es bueno recordar que todas las batallas ganadas, se han logrado por desobediencias de subalternos sobre sus Comandos.
Y aún vemos con mayúsculo asombro que no solamente la Fuerza Armada ha renunciado a reconquistar lo que nos pertenece, como ARICA y TARAPACA, sino que hoy, en complicidad con el presidente Fujimori, intenta hacer entrega de nuestra soberanía restringida sobre ARICA y renuncia a los derechos que aún teníamos como factores de cumplimiento del entreguista Tratado Complementario de 1929, con Chile.
Estos y otros hechos nos obligan a tomar el tema de la Fuerza Armada como un Problema Nacional de los más delicados y tratar de ayudar a encontrar una solución eficaz y definitiva, con la serenidad y el patriotismo del caso.
El problema de la Fuerza Militar
Nunca, desde que acabó la guerra de la Independencia contra España, se ha tratado en el Perú de organizar y de formar una Fuerza Militar en condiciones de poder competir con otra extranjera, en una guerra de carácter internacional, salvo en los gobiernos de Castilla, Cáceres y, sobre todo, de VELASCO ALVARADO. Por otra parte, en todas las campañas militares en que ha intervenido, ha dejado mucho de que enorgullecernos y más de lo otro.
Pero si la Fuerza militar ha tomado la preponderancia y prepotencia política que todos conocemos, descuidando su propia función, no ha sido por culpa exclusiva de los militares, sino a la falta de capacidad y seriedad de los dirigentes políticos que, sin autoridad, prestigio ni disciplina, hicieron que la autoridad militar, que debe estar subordinada a la civil, fuera la única fuerza existente, la única organizada y, así el único respaldo de mando y de ejecución que tenían los gobiernos débiles y «democráticos» para hacerse obedecer y para evitar que otros sectores antagónicos les quitaran el poder.
Esto indudablemente es un problema de política militar y de los más graves que están pendientes en el país, que nunca ha sido abordado en su verdadera dimensión, terminando por volverse tabú y, a título de «patriotismo», es castigado quién intenta tratar sobre él.
La solución de este problema requiere de mano firme avalada por el patriotismo y la verdad, con mano firme contra los responsables políticos, militares y contra quienes se aprovechan de las situaciones generadas, que inclusive convirtieron las Constituciones de la República en las damas más violadas del país. Habrá que ejercer mucha dureza contra los explotadores y manipuladores de la «opinión pública» y de la «reputación militar», que a veces apoya la «república» y otras veces la amenaza, manteniendo el mito del «poder del fusil del soldado», que se ha aceptado sin percatarse que se trata de un mito totalmente inexistente.
Los gobernantes, lejos de hacer una política militar, han terminado por introducir la politiquería dentro de la Fuerza militar y terrible situación se genera cuando la nefasta y corrupta politiquería se entromete en los cuarteles.
Hasta aquí no hay nada nuevo en lo dicho. Solo se ha vuelto a poner sobre el tapete lo que hemos expuesto algunos hombres en el pasado y que ojalá no tenga que seguirse repitiendo en el futuro.
Pero ocurre que hoy, estas cosas absurdas están tiñendo más negativamente la vida de nuestra Patria y, sobre todo, cambiando el espíritu y naturaleza de la sociedad con la entronización del Militarismo político, por lo que se hace imperioso que se asuman las responsabilidades colectivas e individuales, para hacerle frente.
EL MILITARISMO
El Militarismo es un fenómeno que se nos está pasando «por lo bajo», de contrabando, y se nos hace vivir en él sin darnos cuenta. Pero el Militarismo es una cosa muy seria y la situación de la República lo está poniendo en la orden del día, ya que se está convirtiendo en un enemigo principal para la humanidad y muchas veces ni se le adivina, porque se oculta a través de gobiernos civiles, «elegidos con el voto popular».
El Militarismo es mil veces más peligroso que el «Cuartelazo», al que se nos acostumbró en América Latina. Es algo más terrible que el «gorilismo» y que el constante empleo de las armas contra los propios hermanos para aplastar a la oposición interna. Es un sistema político, que impone al pueblo la propia lógica y las propias leyes, la propia forma de entender las cosas y el propio comportamiento de los cuarteles. Se ha ido imponiendo gradualmente, actuando con la impunidad que le daban los pretextos de la «amenaza comunista», en el pasado, y la «lucha contra el narcoterrorismo». Estos pretextos, entre otras cosas, se han convertido en palancas de presión política y sicológica, domesticando a los habitantes de las grandes regiones, incluyendo a las oposiciones, suprimiendo contradicciones o haciéndolas poner de lado frente a un «enemigo» que se presenta, simultáneamente, como principal, calando los ánimos y haciendo prevalecer, como tabla de salvación, el culto a la fuerza, institucionalizando la violencia, hasta hacer caer a todos dentro de una conciencia militarizada del «orden», «el reconocimiento y respeto a la autoridad», «el cumplimiento de órdenes y mandatos» (sin dudas ni murmuraciones).
Por ejemplo, si un Comando hace malos manejos de los dineros de la comida (¨rancho¨) de la tropa y no les proporciona fruta el día que debe hacerlo, un soldado no se atreverá a protestar y solo se contentará de comentar al oído de otro soldado, sin que lo escuche nadie más: ¨el comandante es un ladrón¨ , pero aceptará la situación sin dudas y sin otra clase de murmuración. Hoy a la población le imponen leyes, ordenanzas, deecretos, etc. etc., que la acepta sin dudas y casi ninguna murmuración. Es que ya está encuadrado dentro de la mentalidad de soldado, dentro de la ciudad.
Y es que las nuevas estrategias de dominación han logrado fundir en un solo militarismo los existentes «militarismo proyectado hacia afuera» y «militarismo proyectado hacia adentro», que era característico en la vieja sociedad, militarizando, de esa forma, la política y el modo de pensar.
A esa situación se ha llegado con la acumulación de cada vez más considerable poder político de parte de los militares, haciéndolos desbordar de sus propias funciones para influir en la opinión pública, administrando directa y/o indirectamente el Poder Ejecutivo. Actúa como grupo de presión ante el Congreso de la República y los órganos judiciales y mucha veces imponiéndose bajo la cubierta de «seguridad nacional». Para ello emplea procedimientos cada vez más sutiles y encubiertos, y actualmente en el Perú se encuentra imponiendo una sicología de Estados de Emergencia, que se encarga de justificar y alimentar con abusos, injusticias, etnocidios, genocidios, secuestros, detenciones, desapariciones, ejecuciones extrajudiciales, etc. que comete. Deforma y desequilibra el sistema tradicional de la «democracia formal», mutilando, de esa manera, el normal proceso político de la Nación.
Los militares tienen como grandes cómplices de esta situación, a la dirigencia política y económica civil, que no hace nada por conocer o está mal informada del grupo de presión muy especial que forman las fuerzas armadas, a las que, inclusive, destinan inmensos recursos económicos, con los que se hacen gastos sin ton ni son, de los que no rinden cuantas ni son fiscalizados. Se constituyen en una de las causas del crecimiento inflacionario y de los déficit presupuestarios, que a la vez obligan a la reducción de gastos públicos (incluyendo puestos de trabajo). Frenan el crecimiento económico, hasta de las zonas de agitación, de donde surge la violencia a causa del hambre y la miseria.
La civilidad, sabe también que el poder militar crea y organiza contradicciones en la sociedad en su conjunto y hasta en el seno de la clase dominante. Lo que es más: lo sabe en carne propia. Sin embargo sigue permitiendo y provocando que las fuerzas militares se organicen como entes autónomos, que se administren por sus propias «leyes», particulares y escondidas normas, sin considerarlas como debiera ser como apéndices y creación de la parte civil de la sociedad, a la que deben subordinarse.
El militarismo primario fue adquiriendo una autonomía cada vez mayor, no solo respecto a la parte civil de la sociedad, sino hasta de la clase social a la cual servía, irrumpiendo en la estructura política sin sujetarse a los intereses de esta última y hasta en contra de su expresa voluntad. Y es que el militarismo fue elaborado por el imperialismo, haciéndolo prevalecer como «ideología oficial» para las colonias latinoamericanas. Es aquí donde podíamos distinguir que el carácter clasista del militarismo había dejado los linderos del país, y que era administrado directamente por la extrema derecha norteamericana, hasta que llegó el narcotráfico para hacerle competencia.
El Militarismo, después de la Segunda Guerra Mundial, adquirió proporciones aparentemente absurdas por su metodología inédita, convirtiéndose en decisora de la guerra ideológica en defensa del capitalismo en su fase imperial. Impregna la vida de la sociedad con su naturaleza e influye en cada país con mayor ímpetu y agresividad que en tiempo de guerra convencional.
Pero el Militarismo, que se desarrolla en la metrópoli imperial, adquiere una función capitalista nueva y especial: convierte la industria de la guerra en la más grande, determinante y rentable industria, en su aspecto económico y hace posible utilizar la guerra o su amenaza con mayor eficiencia, como un medio político.
El Militarismo adquiere, entonces, una naturaleza múltiple y novedosa. Es un medio por el cual gigantescas y poderosas corporaciones convierten la industria de la guerra como la primera de su sistema económico, superada únicamente por la industria del narcotráfico. Institucionaliza a los militares, profesionales de la violencia, como parte decisiva de la burocracia estatal. Se afirma como determinante fuerza política que, aliada con la derecha, pugna por marchar contra la corriente histórica; y es en los lugares en que se produce la crisis del sistema capitalista, donde emplea la violencia represiva hasta llegar a la monstruosidad terrorista.
La guerra del Golfo le permitió a los EE.UU. mantener su industria de guerra, afectada por la caída del bloque soviético, la nueva política internacional China y la consolidación del Mercando Común Europeo, logrando hacer compartir los costos del armamentismo con sus aliados, al mismo tiempo que la utilizó como vitrina de los armamentos convencionales modernos, que adquirían cada vez más un colosal poder destructor, hasta de exterminio masivo. El costo de vidas humanas era lo que menos importaba, pues hasta ello se utilizaba para demostrar eficiencia.
El Militarismo surge en nuestros países, como pretexto para combatir el «comunismo», a modo de cruzada sangrada, permitiéndole atacar a todo movimiento revolucionario o progresista que se presente. Hoy, para seguir desarrollándose, está inventando nuevos «enemigos», como el «narcotráfico», el «terrorismo» y el «narco terrorismo».
No es verdad, no es cierto, por otra parte, que los peruanos, bolivianos, argentinos, nicaragüenses, colombianos, africanos, asiáticos (más de media humanidad) queramos tener y mantener como enemigos a los EE UU de Norte América. Ya tenemos bastante con nuestro subdesarrollo, la dependencia, el hambre, la miseria, la injusticia, etc. Es más, quisiéramos ser amigos de su pueblo, dejando de lado las diferencias y las cosas que a uno u otro nos desagraden. Lo real es que el imperialismo tiene, con la implantación del Militarismo, necesidad vital de «tener enemigos», inventándolos o fabricándolos cada vez en mayor número, es el único modo de mantenerse y mantener su industria bélica, aumentando al mismo tiempo, el presupuesto militar. Obrar de otra manera, esto es, modificando la política exterior norteamericana, persiguiendo la paz, la tranquilidad, la prosperidad y la independencia de los pueblos, quebraría económicamente la industria de la guerra y haría ver, con claridad meridiana, lo absurdo que es destinar fondos a presupuestos militares, que siembran muerte y desolación, donde debe florecer la vida.
Tomado de MILITARES EN EL PERU: DE LIBERTADORES A GENOCIDAS (1998)
José Fernández Salvatecci
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