El desplome final de esta señora sin vergüenza salpica severamente a Rosa María Palacios, que en una de las noches más tristes de su largo repertorio acogió su versión con tanto amor, sus documentos repentinos con tanta devoción, sus argumentos con tan plena complicidad que parecía estar hablando con Juan Carlos Hurtado Miller, su antiguo aconsejado, o con algún representante de Petrotech, la empresa que ella jamás tocará porque allí trabaja su marido. Y, como dice Vivas siempre, “chamba es chamba”.
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