“Se nos murió la gran dama, Negra Sosa,
pacha mama de corrientes,
que bordó puntos y comas
en las prisas del idioma de la gente.
Martina Fierro de ley que sin dios,
patria ni rey tiró p`alante,
antes de decir adiós
me propuso un blues a dos voces distantes,
distintas, y, sin embargo, cerquita del ron amargo
que consuela, que abruma,
que mortifica, que suma,
que santifica, que desvela.
Cuando rompió la baraja,
hizo del bombo su caja de Pandora,
entre el mestizo y el yanqui
se quedaba con Yupanqui
hasta la aurora.
Todos menos uno, dijo,
provocando el acertijo de Cosquín,
militante del futuro,
no pudo con ella el muro de Berlín.
Canto ancestral de Argentina,
la más frutal de las minas,
todo es nada, no sabe cómo la lloro,
desafinando en el coro de las hadas.
Madrina de los roqueros más intrusos, más villeros, menos brutos;
en calle melancolía mi letra y su melodía visten de luto.
Más de una vez la besé pero nunca olvidaré la noche aquella:
aquel piano y su voz y mi sonata y la coz de las estrellas.
Me aterran las despedidas pero gracias a la vida de Violeta,
Mercedes inventó el son que duerme en el corazón de los poetas”.
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