domingo, 31 de agosto de 2008

Perú: Rueda, rueda, la pobreza

Quince millones de peruanos viven al mes con tan sólo unos 45 dólares. Salen temprano a trabajar, en el sector informal que no garantiza derechos. Defienden ese pequeño espacio, puede ser una esquina donde vender jugos o una manzana donde cuidar casas. Es lo único que tienen. No hay forma de apostar por el futuro, educar bien a los hijos para que salgan del círculo de la pobreza, para que aunque sea, la siguiente generación logre el bienestar. Rara vez lo logran, no se imagina el futuro cuando el sueldo se evaporará a la semana de recibido. Con todo ello, con la rabia y la frustración contenida, la violencia parece inhibida ¿por qué?

En los años 80 Sendero Luminoso y su genocidio particular, aquel del que Fidel Castro dijo: ¿Qué tipo de revolución es esa que mata al pueblo?", en esa misma década un nefasto presidente de corte populista, Alan García, llevó la inflación a millones por ciento. No es una exageración, fueron millones por ciento.
En los 90 el péndulo regresa. Políticas neoliberales, venta de empresas públicas, llegada de transnacionales con condiciones de juego extremadamente ventajosas que generan despidos y un mercado dejado absolutamente al vaivén de la oferta y la demanda. El campo pierde subsidios, el sistema de pensiones público entró en crisis.

Casi tres generaciones pauperizadas y arrojadas, en el mejor de los casos al exilio; más de dos millones de peruanos abandonan el país en esos años. En el peor de los casos, a sobrevivir.
En los 80 los peruanos nos hicimos todos más pobres. En los 90 un grupo se ha hecho mucho más rico y el otro se ha hecho mucho más pobre. Es, además, la pobreza en el Perú no sólo un fenómeno económico, sino que éste es tocado por dos males que transversalmente cortan a su sociedad. El racismo y el clasismo.

Cierto es que el clasismo comienza a ceder tímidamente en la medida que sectores populosos de Lima, antiguamente urbano marginales, han comenzado a evidenciar una pujanza comercial y productiva sin precedentes. Esto ha obligado a los sectores del dinero a comenzar a mirar con interés a estos grupos. Son grupos de una pujanza fascinante, no necesitan tarjetas de crédito ni chequeras, pagan al contado, evidencian su poder adquisitivo cada vez con menos pudor.

Sin embargo el racismo, acendrado mal peruano, larva hasta los huesos. Son pobres los cholos, los indios, los serranos, los selváticos o chutos (llamados así despectivamente). Estos son los que sobreviven en el Perú que crece un 8% anual. Trabajan "de alma" por unas monedas. Sin embargo, su respuesta a las limitaciones que impone la pobreza nunca es violenta.
No lo es por varias razones. Esbozamos dos.

Frente a la crisis de los 80 se formaron organizaciones de base que sirvieron de colchón para mitigar los efectos de la inflación galopante y la locura de Sendero Luminoso. Se crearon los comedores populares o los clubes de madre o del vaso de leche. Todos ellos con el tiempo, y con la presión de los sectores urbano marginales, pasaron a formar parte de los programas asistenciales del Estado. Cientos de miles de peruanos, aún hoy, desayunan y almuerzan en estas organizaciones cuya capacidad de movilización es inmensa.

Una segunda razón para que la enorme pobreza peruana no haya terminado en violencia generalizada. La gran lección aprendida en los sectores pobres del Perú, que Sendero imprimió a sangre y fuego y que los militares rubricaron con su irresponsable represión fue que siempre la violencia lo hace a uno mucho más pobre, queda más dañado, toca a los más cercanos y finalmente no se sabe si desde dentro de la violencia se va salir vivo.

Para bien o para mal la sociedad peruana se construye en la inequidad, la desigualdad y el racismo como también en un micro empresariado valiente, en el juicio a un presidente de la República acusado de delitos de lesa humanidad y en las pujantes organizaciones de base.


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