jueves, 9 de diciembre de 2010

LA BATALLA DE AYACUCHO

LA BATALLA DE AYACUCHO

      Desde el día 4 de diciembre, ambos ejércitos marcharon separados por un abismo. Los patriotas pasaron por Huaychao el día 5, y el 6 llegaron sus avanzadas un poco más al norte de La Quinua. Los realistas tomaron la ruta de Huanta, por Paccaiccasa. El día 6 acamparon en Huamanguilla; la idea del virrey era cortar todo repliegue a Sucre. El 7 de diciembre, cada ejército hizo los aprestos para la batalla, tratando de encontrar la mejor ubicación. El día 8 hubo algunos choques entre las patrullas. Los realistas pasaron a las faldas del cerro Condorcunca y los patriotas quedaron en la Pampa de la Quinua.

      Esta pampa se ubica a doce kilómetros de la ciudad de Huamanga, conocida como Ayacucho. Es un área de suave declive que prolonga las faldas del cerro Condorcunca, montaña que se destaca en el Ande de esa región. Descendiendo de las faldas de este cerro de este a oeste y continuando por la pampa, que tiene una longitud de 1.600 metros, se llega al pueblo de artesanos de La Quinua, situado al término de la pendiente. En la parte más ancha, la pampa tiene 600 metros y se encuentra limitada al norte por un barranco y al sur por una abrupta quebrada. En la época de la batalla, y a mitad de la pampa, existían enormes piedras, producto de avalanchas o “Lloclla”, que cortaban el campo de norte a sur.

     El día 9 de diciembre de 1824, a las 09H00, se inició la Batalla de Ayacucho. A las 13:00, Canterac, informado de que el virrey La Serna había sido hecho prisionero por la valerosa acción del sargento Barahona, y herido de arma blanca, tomó el mando del ejército realista y convocó a Consejo de Guerra para evaluar la situación militar de la batalla. Las conclusiones de ese Consejo fueron que:
  1. La batalla estaba siendo ganada por los patriotas.
  2. Existía desbande en sus tropas.
A pesar de los informes, el Consejo de Guerra decidió el repliegue del ejército realista al Alto Perú para apoyar al general Olañeta, pero las tropas realistas ya no tenían fuerzas ni ganas de obedecer a sus jefes. La tropa realista, al recibir esa orden, se amotinó y se produjeron rendiciones y huidas. El Mariscal del Perú, don José de La Mar, con un ayudante, instó a la rendición a los jefes realistas, “asegurando que el general Sucre estaba dispuesto a conceder a los vencidos una capitulación tan amplia como sus altas facultades permitiesen, a fin de que cesaran del todo las desgracias en el Perú”. Ante su situación militar calamitosa y ya sin tropas por el amotinamiento, el general Canterac aceptó la rendición.

   Es de destacar que en los campos de Ayacucho, junto a las armas regulares del ejército patriota, brilló el accionar de los montoneros de Carreño, ya que cortaron el avance de las tropas de Valdez, en un momento de peligro para las tropas del general La Mar.

ACCIONES MILITARES DE LA BATALLA DE AYACUCHO.-

     En la gesta de Simón Bolívar se describe esa famosa batalla en los siguientes términos: “Poco antes de iniciarse la gran batalla de Ayacucho, el general Antonio José de Sucre dijo a sus tropas:
“¡Soldados!, de los esfuerzos de hoy depende la suerte de América del Sur; otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia. ¡Soldados!: ¡Viva el Libertador! ¡Viva Bolívar, Salvador del Perú!”.
Sucre comenzó a disponer sus tropas. El general peruano Agustín Gamarra era su jefe de Estado Mayor. A la derecha se situó la división colombiana, bajo las órdenes del impetuoso general José María Córdoba; en el centro, en reserva, el general Lara, también con efectivos colombianos; y a la izquierda, los peruanos, con el general La Mar. Por su parte, la caballería comandada por el general Miller e integrada por los Húsares del Perú, Granaderos de Colombia, Húsares de Colombia y un escuadrón de Granaderos a Caballo argentinos, se ubicó en retaguardia, al centro. Pero no sólo combatirían en Ayacucho efectivos de estas nacionalidades, sino que participaron también alrededor de 300 soldados y numerosos oficiales chilenos, distribuidos entre el Batallón Vargas, el Batallón Istmo y los Húsares de Colombia. La Serna por su parte, ultimó los preparativos para la batalla disponiendo el plan de ataque realista de la siguiente manera:
 
      La división de Valdez, que formaba su ala derecha, debería iniciar un formidable ataque al ala izquierda patriota, que comandaba el general La Mar. La división de su izquierda del general González Villalobos debería proteger en primer lugar a su artillería mientras descendía del Condorcunca y se situaba en posición de fuego. Como segundo objetivo, debía apoyar a la división Valdez, encargada de arrollar a La Mar y flanquear el resto de las posiciones patriotas. La división de Monet y la caballería, situadas a retaguardia y en el centro, también deberían secundar el movimiento de Valdez.

      Sucre, entre tanto, se apresuró a colocar la división de La Mar, enfrentando a la de Valdez; la de Córdoba frente a la de González Villalobos; y como reserva, mantuvo a la de Lara y a la caballería de Miller. A las 11:00 del 9 de diciembre de 1824, y casi simultáneamente, sonaron los clarines de ataque en ambas líneas. Valdez, con su intrepidez característica, atacó con ímpetu por su sector, haciendo retroceder a los patriotas. Sucre percibió el peligro y dispuso que la caballería de Miller procurara restablecer la situación, mientras llegaban en auxilio de La Mar los batallones “Vencedor” y
“Vargas”, de la reserva de Lara. En el campo realista, la crítica situación producida por la embestida de Valdez en las tropas peruanas de La Mar fue tomada como el inicio de la derrota de los patriotas. Visto lo cual, el coronel Rubín de Celis, de la división de González Villalobos, se lanzó al ataque sobre La Mar. Sucre, entonces, arriesgando todo, arrebató la
iniciativa a los realistas, ordenando de inmediato el avance de su ala derecha.

      El impetuoso general José María Córdoba, de las filas patriotas, al recibir la orden de avance, desmontó de su caballo con la mayor sangre fría y lo mató, arguyendo que no quería tener medios para huir. Luego, en voz alta, dio una orden que la historia ha hecho célebre: “¡Soldados, adelante; armas a discreción; paso de vencedores!”.Sin disparar un tiro, toda la división de Córdoba se aproximó a las líneas enemigas, recibiendo un mortífero fuego de la infantería y artillería realista. Esta actitud causó honda impresión en las líneas realistas, que pronto se vieron superadas en un encarnizado cuerpo a cuerpo y empezaron a perder terreno. La Serna trató de restablecer la situación ordenando un fuerte ataque de su poderosa caballería y de toda la división de Monet contra el ataque de Córdoba, pero los cuerpos de caballería de Miller resistieron la embestida realista sin ceder un palmo, con sus lanzas en ristre y afincadas en sus monturas.

      Canterac en persona tomó en mando de los selectos batallones de Gerona, pero nada pudo hacer, porque en esos momentos se había producido el desbande de las fuerzas de Rubín de Celis y, con ello, de toda el ala izquierda realista. En medio de esta confusión, fue herido varias veces el virrey La Serna, que quedó prisionero de la caballería patriota. Cuando se produjo la derrota de las divisiones del general González Villalobos y de Monet, el general Valdez, que se consideraba victorioso, comprendió que pronto quedaría envuelto y pensó retirarse en orden, lo cual no le fue posible, pues pronto cundió el pánico y el sentimiento de derrota en sus soldados. El valeroso Valdez bajó de su caballo, y se sentó sobre un peñasco, de donde fue retirado casi a viva fuerza, por uno de sus coroneles. Los restos del ejército realista, con sus generales y jefes, se replegaron hacia el Condorcunca, estrechamente perseguidos por la reserva de Lara.

      Antes de las 13:00 horas, el ejército realista había tenido 1.800 muertos y los patriotas, 309. Los heridos del bando español sumaban 700, contra 670 de los patriotas. Estas cifras revelan que, en menos de dos horas de lucha, ambos contendores habían sufrido un 26% de bajas en sus efectivos. A las 14:00, llegó al campo realista un parlamentario de La Mar, ofreciendo al enemigo una capitulación honrosa. Canterac reunió en conferencia a los generales y, después de larga deliberación sobre su real situación, acordaron capitular, fundados en que “sólo les quedaban 400 hombres organizados, en la necesidad de amparar a los oficiales americanos realistas y en la conveniencia de poner a cubierto de futuras persecuciones a los españoles residentes en el Perú…”. 

     Fotografía del Libertador don Simón Bolívar Palacios, realizado en 1824 por el pintor limeño José Gil de CastroAl enterarse de la noticia de la victoria final, Bolívar, quien se hallaba en la Quinta de la Magdalena, su residencia de descanso a pocas horas de Lima, no pudo contener la alegría. Se despojó de su casaca y lanzándola al suelo, gritó eufórico: "Nunca más vestiré un uniforme militar". Ordenó que se sirviera champaña a todos los presentes en la Quinta,
incluyendo criados y caleseros. Hasta la apacible Magdalena llegaba el eco lejano de los tañidos de las campanas de las torres de Lima. Toda la ciudad capital del antiguo Virreinato del Perú, ésa que Pizarro fundara el 18 de enero de 1535 con el nombre de "Ciudad de los Reyes", era fiesta absoluta. El retrato del Libertador Bolívar era paseado en procesión por toda la barroca ciudad, otrora poderoso bastión del dominio español en América. El Congeso del Perú reunido en sesión extraordinaria le concede al gran héroe de la jornada, general Antonio José de Sucre Alcalá, el título de Mariscal de Ayacucho y Benemérito del Perú en Grado Eminente.

El Pendón de Pizarro    Allí, en los campos de Ayacucho se selló la independencia del Perú y la de toda América que pendía de la derrota completa y absoluta del ejército español en la tierra misma del que fuera junto con Nueva España (México), el más poderoso virreinato de América. En Ayacucho derramaron su sangre, por igual, peruanos, venezolanos, colombianos, ecuatorianos, bolivianos, chilenos, argentinos, mexicanos y aún españoles creyentes en la causa de nuestra común independencia.

    Gloria a todos ellos.
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