Por Antonio Caballero
Hoy los palestinos son parias sin tierra y sin trabajo que viven de la caridad internacional e Israel quiere echarlos definitivamente, hacia Egipto.
Sábado 27 Diciembre 2008
Cuando escribo esto la aviación israelí lleva tres días bombardeando la franja de Gaza, y no han entrado todavía en acción la artillería ni los tanques. Han muerto casi cuatrocientos palestinos. Del lado de Israel las víctimas de los cohetes lanzados desde Gaza han sido cuatro. El cruel dios de Israel ya no se contenta con el ojo por ojo de los tiempos bíblicos: ahora son cien ojos por cada ojo, cien dientes por cada diente.
Pero explica la secretaria de Estado Condoleezza Rice en nombre del gobierno de George Bush que Israel tiene derecho a defenderse, y exige que cesen "los ataques con cohetes y morteros contra Israel". Y aunque no cabe duda de que el gobierno israelí ha querido aprovechar los últimos días de Bush para lanzar su operación militar, la posición de Barack Obama no habría sido muy distinta: "Si alguien lanzara cohetes sobre la casa donde duermen mis niñas, yo también las defendería", ha dicho el Presidente electo. ¿Y es que no duermen también los niños palestinos? ¿Y es que los palestinos no tienen, ellos también, derecho a defenderse?
No sólo de estos tres días (y los que vienen) de bombardeos y cañonazos. De cuarenta años de opresión, desde la ocupación de la guerra del 67, o de sesenta, si contamos desde la del 48, cuando se instaló en tierra palestina el Estado de Israel. A la retirada militar israelí de hace tres años, y antes de que volvieran estos tres días de ataques, la sucedió el bloqueo, económico y físico, refrendado por la construcción del muro. En los últimos dos meses (desde principios de noviembre) ese bloqueo se acentuó: los israelíes ya no permiten que entre a Gaza ni la ayuda alimenticia de las Naciones Unidas de la que sobreviven 700.000 del millón y medio de habitantes. Ni alimentos, ni medicinas, ni agua, ni gas de cocina, ni diesel para las plantas eléctricas, ni papel para los cuadernos de las escuelas ni billetes para los bancos. La construcción del muro, por añadidura, ha privado a los palestinos de Gaza de un tercio más del remanente de tierras agrícolas que les había dejado la partición leonina de su antiguo país decretada por las potencias en 1948 y rubricada y aumentada por la victoria israelí en la guerra del 48. Hoy son parias sin tierra y sin trabajo que viven de la caridad internacional. E Israel quiere además echarlos definitivamente, hacia Egipto.
En defensa propia, ya se dijo. Y con la complicidad, o en el mejor de los casos ante la indiferencia del mundo. Pues si los Estados Unidos apoyan decididamente a Israel, y en su condena a los cohetes de Gaza ni siquiera tienen el buen gusto de mencionar de pasada los bombardeos del otro lado, ni su bloqueo, ni sus años de incursiones de represalias y sus asesinatos selectivos, por su parte la Unión Europea y el Secretario General de la ONU se limitan a calificar de "desproporcionada" la reacción israelí. (Que por otra parte no es reacción, es acción deliberada). Una complicidad tan descarada que recuerda un viejo chiste racista sobre un negro de Alabama sorprendido en el acto lascivo de mirar a una blanca y condenado a muerte. Se le conmutó sin embargo la pena por un combate singular con un león en el estadio de baseball, ante el público, para darle ocasión de defenderse. Y trajeron al negro, encadenado de pies y manos, y lo enterraron hasta el cuello en el centro del estadio y apisonaron bien la tierra para que no se escapara, y soltaron al león. El negro consiguió evitar con ágiles fintas del cuello las dos primeras acometidas de la fiera, y a la tercera logró hincarle los dientes en los testículos. Y se alzó entonces de los graderíos un griterío de indignación unánime del público:
—¡Pelee limpio, negro hijueputa!
Es un chiste políticamente incorrecto, ya lo sé. Es un chiste grosero, también lo sé. Más incorrecta, y más grosera, es la actitud indiferente del mundo ante la interminable tragedia de los palestinos. No puede uno menos que preguntarse si es que ese mundo indiferente no ha visto nunca una película de nazis y judíos.
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